domingo, 27 de julio de 2014

Cuento Japonés: Hanasaka Jiisan [El abuelo que hacía florecer los árboles muertos]




Erase una vez, en un pueblo de la montaña, vivían un abuelo y una abuela que se llevaban muy bien. Un día, cuando la abuela fue a lavar la ropa en el río detrás de la casa, desde la parte más alta del río, una caja blanca vino arrastrada por la corriente. Cuando la abuela tomó la caja blanca, esta tembló inesperadamente: asustada, la abuela levantó la tapa de la caja y de ahí salió un perrito.

La abuela contó alegre a su esposo la historia del encuentro con el perrito. El abuelo y la abuela lo cuidaban bien y este creció cada vez mas grande. Los abuelos le pusieron el nombre de "Shiro" (Blanco).




Un día, cuando el abuelo trabajaba en el campo, Shiro habló. -¡Abuelo, abuelo! Ponme la silla de montar.-
A lo que el abuelo contestó: -No puedo ponerte eso a ti que te amo tanto-
-No importa, pónmela- Dijo Shiro.
Después de ponerla, dijo: -¡Abuelo, abuelo! Ponme un saquito y déjame llevar la azada.- Y así se hizo: Shiro comenzó a caminar cargando la silla, el saquito y la azada, volvió la cabeza,  le dijo al abuelo que lo siguiera y entró en la montaña.

Luego de que el abuelo lo siguiera por un tiempo, Shiro se detuvo y dijo al abuelo que excavara en ese lugar. El abuelo excavó la tierra como Shiro decía y del hoyo salieron muchas monedas de oro. 




Shiro dijo al abuelo:
-Entonces, ahora coloca las monedas en mi saquito.- 
A lo que el hombre contestó: -No puedo ponerte eso a ti que te amo tanto, yo lo cargaré.
-No importa,  pónmelo- Dijo Shiro- El abuelo le puso el saquito aunque no quería. 
-Abuelo, abuelo, móntate sobre mi.-
-¿Montarme sobre ti que te amo tanto?
-No importa, móntate.-

Shiro bajó la montaña cargando al abuelo y el saquito lleno de monedas de oro. Cuando el abuelo estaba enseñando las monedas en la entrada, una anciana vecina llegó para pedir prestado fuego y sorprendida les preguntó de dónde habían sacado tanto oro. El abuelo contó la historia de como Shiro encontró las monedas.




La anciana pidió prestado al perrito por un día, a lo que los abuelos accedieron. Ya en casa de la vecina, Shiro pidió al esposo de aquella anciana que le pusiera la silla de montar. El hombre le cargó la silla, el saquito y la azada y se fue a la montaña montado en él.

Después de correr un tiempo, Shiro se detuvo, olió la tierra y le pidió al vecino que excavara. El anciano vecino excavó la tierra esperando sacar oro, pero del hueco salieron ciempiés, bichos venenosos, ranas y hasta una gran serpiente. Solo cosas desagradables.




La vecina esperaba al anciano con mucha esperanza, pero el anciano regresó con cara de malhumor: la anciana le preguntó por el perro, y éste dijo haberlo castigado por haberle hecho excavar cosas horribles.
La abuela que les prestó a Shiro fue a preguntar preocupada. El anciano vecino contó enojado lo sucedido en la montaña y de cómo enterró a Shiro  debajo de un árbol para castigarlo.

Al día siguiente, el abuelo que había escuchado lo sucedido, fue a buscar el árbol donde Shiro estaba enterrado. El abuelo juntó las manos y rezó frente al árbol, el cual creció inmediatamente. 




El abuelo creyó que esto era el recuerdo de Shiro y usando el tronco grueso del árbol hizo un mortero de mochi. Al hacer mochi con él, sorprendente mente el mortero se rebosó con monedas de oro.




Precisamente en ese momento, llegó la anciana vecina para tomar prestado fuego y vio las monedas otra vez, de nuevo les preguntó que de dónde habían sacado tanto dinero. Los abuelos le contaron la historia, y la vecina al escucharla, les pidió prestado el mortero por un día y se lo llevó.

Los ancianos vecinos, diciendo "monedas de oro, monedas de oro" como si fueran palabras mágicas, usaron el mortero. Sin embargo, desde el mortero que tenían prestado salió precipitadamente excremento de caballo a los ojos del anciano vecino y excremento de vaca a los ojos de la anciana vecina.
Enojado, el anciano rompió el mortero con un hacha mientras insultaba y lo quemó en el horno.




El vecino le contó al abuelo, quien vino a recoger el mortero, que lo había quemado debido a que este le había tirado excremento. El anciano, muy triste, llevó a casa una canasta con las cenizas que estaban en el horno. 




El abuelo y la abuela, al ver la canasta llena de cenizas, recordaron a Shiro con nostalgia.


Decidieron esparcir la ceniza en el jardín donde corría Shiro. Al esparcirlas, las ramas que estaban muriendo empezaron a brotar frente a sus ojos. Al esparcirla una vez más, los brotes de las ramas engordaron y con otro esparcimiento se llenaron de flores.
El abuelo siguió esparciendo las cenizas divirtiéndose como un niño. 



En ese mismo momento, pasaba por ahí un samurai de alto rango, quien le preguntó qué era lo que estaba haciendo.

El abuelo le dijo que estaba haciendo florecer los árboles muertos. El samurai le pidió que hiciera florecer un árbol más: El abuelo subió al árbol y esparció la ceniza dos veces. El samurai, impresionado por el resultado, dejó mucho dinero como recompensa en casa del abuelo.

Luego, el abuelo vecino tomó ceniza y la esparció frente al samurai. Sin embrago, la ceniza se levantó por la brisa y calló en los ojos del samurai. Como consecuencia sufrió un severo castigo.



El abuelo y la abuela dueños de Shiro, le hicieron una tumba con el poco de ceniza que quedaba del mortero. Al pasar los años vivieron felizmente celebrando el descanso del alma de Shiro.


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